La Biblioteca de Alejandría
Actualizado: 18 sept 2022

En el año 332 a.C., Egipto estaba bajo el dominio persa, mismo año en el que Alejandro Magno resulta victorioso contra el rey Darío III, emancipando a los egipcios y alzándolo al estatus de libertador. En abril de 331 a.C. funda la ciudad que llevaría su nombre y que posteriormente sería conocida como la cuna del intelectualismo. Aquí se construyó el primer museo —nombrado así en honor a las musas, diosas del arte y de las ciencias—, el cual es considerado como el establecimiento científico más antiguo del mundo. En esta universidad había más de 14.000 estudiantes, dentro de los que se puede mencionar a Arquímedes, Euclides, Erastótenes, Hipatia y Aristarco de Samos, eso sin contar la multiplicidad de sabios que optaban por visitar la ciudad como un lugar de peregrinación obligado del saber. Es en este santuario docto en donde nace la alquimia, basada en la sabiduría y conocimientos egipcios sobre las sustancias materiales y en las teorías griegas sobre los elementos, la cual sentaría las bases para que siglos más tarde Lavoisier "creara" la química moderna.
La dinastía ptomelaica funda La Biblioteca de Alejandría como acopio literario del museo, culminando bajo el gobierno de Ptolomeo II; en ella podías encontrar un pequeño zoológico, jardínes, una gran sala para reuniones e incluso un laboratorio. La bliblioteca poseía cientos de estanterías repletas de pergaminos, manuscritos y registros peripatéticos; estaba divida en dos grandes secciones: filosofía y filología, además de tener varios cuartos destinados a la lectura, al refrigerio, a las reuniones y conferencias, con lugar para 5.000 personas, siendo un edificio bastante grande para la época. De acuerdo a la descripción popular, había una inscripción en el frente que auguraba «El lugar donde se cura el alma». El historiador romano Tito Livio la llegó a mencionar como «Uno de los lugares más hermosos que había visto». Durante siglos, los Ptolomeos dedicaron grandes sumas a la adquisición de libros, abarcando la literatura persa, india, palestina, africana y helenística, recabando lo que se estima fueron 500.000 rollos de papiros, lo que serían 20.000 libros modernos. Un gran número de poetas y filósofos se dedicaron a su mantenimiento con gran amor y devoción, puesto que era un verdadero templo dedicado al saber.
En la época del Imperio Romano, los emperadores continuaron protegiéndola y modernizándola, incorporando calefacción mediante tuberías para mantener secos los libros.

La primera gran destrucción de la biblioteca se le atribuye al enfrentamiento personal entre Julio César y la facción tradicionalista del senado, liderada militarmente por Pompeyo Magno, durante la segunda guerra civil de la República Romana. César perseguía a Pompeyo y llegó a Egipto, cuando las tropas egipcias, comandadas por Aquilas, lo asediaron en el palacio real de la ciudad. En medio de los combates, César ordenó lanzar bombas incendiarias contra la flota egipcia, la cual redujo a cenizas en pocas horas —así como varias partes de la ciudad. Séneca, en su libro De tranquilitate animi, confirma la pérdida de 40.000 rollos en este desafortunado incidente. Paulo Orosio reitera la cifra en su libro Historiarum adversum paganos.
La biblioteca sobrevivió; sin embargo, durante el siglo II y III numerosos desastres abatieron la antigua capital ptolemaica, comenzando con la Guerra de Kitos, en la cual rebeldes judíos —los cuales nunca aceptaron la subyugación romana— destrozaron buena parte de la urbe egipcia, luego vino la Guerra Bucólica, las rebeliones de Avidio y Pescenio, el saqueo por capricho de Caracalla —puesto que se enteró que en la biblioteca se celebraba una sátira en la cual se burlaban de él— y múltiples revueltas civiles y militares a raíz de la crisis económica por la cual pasaba el Imperio Romano; la ciudad fue conquista por Zenobia y reconquistada por Aureliano, y en ambas ocasiones sufrió bastante, y, finalmente, Diocleciano, tras un asedio de ocho meses, tomó la ciudad y ordenó que «la carnicería continuara hasta que la sangre llegara a las rodillas de su caballo», así como la quema de millares de libros; su conjeturado suicidio —pues estaba sumido en la depresión y enfermedad— libró a los alejandrinos de la muerte. Sumándole a las confrontaciones físicas los 23 terremotos que hubo en Alejandría entre 320 y 1303 —el del 21 de julio de 365 fue devastador, hubo alrededor de 50.000 muertos y el 20% de la ciudad colapsó, hundiéndose en los mares. Lo que una vez fue una fortaleza del conocimiento, ya no era más que polvo, rocas y el recuerdo de un pasado mejor.
En 330, con la fundación de Constantinopla como la nueva capital imperial, los restos del contenido literario fueron saqueados y trasladados a la Nueva Roma —todo libro que no concordase con la incipiente conversión al Cristianismo fue quemado.

Quizá muchas personas no logren concebir la trascendencia de este edificio, ni la repercusión de su abatimiento con el paso de los años. Quizá haya personas que opten por no pensar en el hubiera y centrarse en la realidad. La importancia de la Biblioteca de Alejandría radica en todo el conocimiento y la cultura que fueron perdidos, en todo el pensamiento e investigación que se nos fue de las manos, así como deja inconclusa la poca erudición que fue rescatada, como lo es la procedencia del mecanismo de Anticitera —considerado como el primer ordenador digital, utilizado con fines astronómicos y calendáricos—, lo cual nos hace percatarnos de un nivel tecnológico equiparable al renacentista —más de mil años después— que podría haber estado conceptualizado en los rollos perdidos. ¿Qué vestigios del mundo antiguo habrán pasado al olvido, negando la comprensión de toda una historia perdida? De cualquier manera —y sin agonizar ante el inimaginable avance de nuestra sociedad de haber sido por aquellos papiros—, el edificio se mantuvo en pie alrededor de 600 años, lo cual es bastante en comparación con alguno que subsista en nuestra época, se le dio un uso propio y satisfizo el hambre intelectual de millares de eruditos de la época: cumplió su objetivo, además de pasar a la historia como el edificio con mayor importancia en cuanto a las artes y las ciencias.