Aokigahara: el bosque de los suicidios

La base del monte Fuji está cubierta por un denso bosque, el cual, si es apreciado desde arriba, se mueve al unísono de un lado a otro gracias al viento, asemejándose a un mar de profundo color verde, lo cual le da su segundo nombre: Jukai, o mar de árboles. En cambio, si te encuentras dentro del bosque, la espesura de los árboles bloquea el viento casi por completo, y aunado a la vida silvestre casi inexistente, el bosque te recuerda a un silencio sepulcral, de esos silencios que sacan a flote tus peores miedos. Posee un suelo desigual, lleno de pequeñas cavidades, y raíces cubiertas de musgo que crecen sobre la lava que un día fluyó en este lugar, razón por la cual hay un alto contenido de hierro, interfiriendo con señales móviles y de GPS. Gracias a los factores previamente mencionados, es un lugar idóneo para el suicidio, o al menos así lo pintan las cifras, pues de 50 a 100 personas se suicidan al año, ganándose el segundo lugar en el puesto de los lugares más visitados con fines mortales (la Torre Eiffel también figura dentro del ranking, quitándole lo romántico a la ciudad del amor), siendo el puente Golden Gate, en San Francisco, el primer lugar en este top de la muerte.
El bosque se asocia históricamente con demonios del folclore japonés que perturban la mente de los que le visitan y que provocan actos fuera de su conciencia, convenciéndolos de tomar sus vidas con sus propias manos y hacer de este misterioso bosque el último lugar al cual acudirían. Estas historias, leyendas y poemas acerca de los demonios se remontan a más de mil años de antigüedad, aunque la leyenda más difundida cuenta que Aokigahara era un lugar donde la gente practicaba el ubasute: abandonar a los ancianos y a los enfermos en algún paraje remoto para que, inevitablemente, mueran; aunque la única verdad histórica es que en la Japón feudal de mediados del siglo XIX, muchas familias se vieron azotadas por hambrunas y epidemias, y sin poder cuidar de niños y ancianos, se hizo costumbre abandonarles ahí a su suerte. A nivel global, el bosque se dio a conocer gracias a la novela Tower of waves, escrita por Seichō Matsumoto, obra en la que dos amantes deciden abandonar la existencia unidos por un acto final.


"Piensa una vez más en la vida que te fue dada, tus padres, tus hermanos y tus hijos. No sufras solo, antes contacta a alguien.", es lo que se puede leer en una de las entradas al bosque, y a lo largo de todo el sendero se pueden encontrar letreros con frases similares o números de líneas de ayuda psicológica. Es bien sabido que el suicidio en Japón es un tema socio-nacional importante, siendo una de las tasas de suicidio más altas a nivel mundial. Se sobreentiende que esto es debido a factores como:
•El suicidio honorable (harakiri o seppuku) existente en la antigua cultura japonesa, donde un samurái se corta el vientre de manera ritualística para no caer en manos enemigas, o bien, para recuperar el honor perdido.
•Los ataques kamikaze realizados por los pilotos de la Armada Imperial Japonesa contra embarcaciones de la flota de los Aliados a finales de la Segunda Guerra Mundial.
•El ataque suicida denominado «Carga Banzai» de tradicional usanza en las fuerzas armadas japonesas.
A lo que quiero llegar es que en Japón el suicidio no posee un estigma social como en la cultura occidental, además de ser un país en donde culturalmente no se habla de manera abierta sobre problemas de salud mental. Todo esto, lógicamente lleva a un país en el que el honor a la familia, la disciplina, la consecución de metas financieras y laborales son el pan de cada día, a recurrir al suicidio. Nadie debería pasar por semejante estrés. Quizá lo que debería tratarse son las consecuencias de la depresión, prevenirse, no pensar que el día que tengas tu familia y trabajo soñados acabará la amargura y podrás esforzarte menos. Lo peor es que ese día jamás llega, jamás estamos conformes con lo que tenemos y siempre queremos más; lo viejo aburre, lo nuevo atrae. Y es así como vivimos en un destino perpetuo e inalcanzable de infelicidad y sometimiento, sometimiento a ideas ajenas, a metas, a sentimientos y anhelos; vivimos buscando lo que los demás quieren, pero nadie sabe realmente por qué lo quiere. Quizá debamos vivir el día a día, gozando de las maravillas y bellezas que ignoramos por tener los ojos fijos en otras cosas. Quizá debamos relajarnos un poco y dejar que la vida fluya. Y si algún día deciden visitar este paraíso asiático, no presten atención a las mil y un voces que pueden incitarle a tomar decisiones erróneas, despúes de todo, ellas sólo hacen su trabajo.