Leonardo da Vinci
Actualizado: 26 dic 2020

“Allí donde hay más sensibilidad, es más fuerte el martirio."
— Leonardo da Vinci
Pintor, anatomista, arquitecto, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, músico, poeta… en fin, la viva representación de un «todólogo», Leonardo di ser Piero da Vinci, el gran artista del Renacimiento, el polímata por antonomasia, nació el 15 de abril de 1452, en Florencia. A pesar de ser mejor conocido por su obra pictórica, sus inventos revolucionaron nuestras épocas, pues estaban bastante adelantados a su tiempo: el helicóptero, el submarino, el automóvil, un proto-tanque de guerra, etc. En las miles de páginas de sus cuadernos de notas podemos encontrar títulos como Tratado sobre la cantidad continua, La geometría como juego, Libro especial sobre los músculos y los movimientos de los miembros, hasta descubrimientos científicos relativos a materias como la óptica, la acústica, la mecánica, la dinámica de fluidos, la geología, la botánica y la fisiología. Si hubo un hombre que haya hecho de todo, fue Leonardo da Vinci.
Su infancia transcurrió en la campiña toscana de los Apeninos, lugar repleto de tranquilidad, condición que, aunada a la buena posición social de su padre, le llevarían a convertirse en un agudo observador y pensador diligente. Leonardo manifestó de pequeño una tendencia a la soledad, y quizá esto fue la causa de su pasión por las artes. Esta pasión la manifestaba, por ejemplo, dibujando monstruos mitológicos de su invención.
A los dieciocho años de edad ingresó en el taller de Andrés Verrocchio, lugar donde conoció otros discípulos quienes, como él, habrían de entrar en la inmortalidad, como Sandro Botticelli y el Perugino, futuro maestro de Rafael. Tras dos años de estudio en el taller, disconforme con los trabajos asignados y sobrepasando los dotes artísticos de su maestro, se independiza y rápidamente consigue fama y trabajos solicitados por los grandes de Florencia, hasta que una fuerte pasión por los viajes lo lleva a Egipto, donde prestó servicios de ingeniería al sultán de El Cairo.
A los treinta años había recorrido gran parte de Oriente, dedicando su tiempo a diferentes ocupaciones. Al cabo de dos años regresó a su patria y poco después pasó al servicio de Ludovico Sforza, el Moro, duque de Milán, iniciándose así una nueva etapa en su vida artística y científica.
Leonardo se sintió muy atraído por los procesos que rigen la luz y el sonido. Entendió que tanto la luz como el sonido se propagan a través de ondas, y también comprendió correctamente la disipación de la energía, constatando, por ejemplo, en el Manuscrito A, cómo una bola en movimiento pierde paulatinamente su potencia. Reconoció la relatividad del movimiento: «El movimiento del aire contra un objeto quieto equivale al movimiento de un objeto móvil contra el aire quieto», escribió en el Códice Arundel. Y en manuscritos como el Códice atlántico describió lo que hoy conocemos como tercera ley de Newton: «A cada acción corresponde una reacción igual y opuesta», anotando, por ejemplo, que tanta fuerza ejerce el ala del águila contra el aire como el aire contra el ala del águila.
Sin embargo, Leonardo no enunció ninguna de estas observaciones como «ley de la naturaleza», concepto que era completamente extraño a su época. Las llamadas leyes de la naturaleza, como las formularon en el siglo XX filósofos como Whitehead y Wittgenstein, no están en la naturaleza sino en nuestra mente. Históricamente derivan de la creencia en un dios soberano que decreta «leyes universales». Ni siquiera Copérnico o Galileo hablan jamás de leyes de la naturaleza: Copérnico habla de simetrías y armonías; Galileo de proporciones y principios. Descartes, en cambio, ya menciona explícitamente las «leyes que Dios ha introducido en la naturaleza». Sólo dos siglos después de Leonardo, cuando los nacientes estados europeos centralizan cada vez más sus leyes políticas, se empieza a hablar de «leyes» para definir los diferentes procesos naturales, como hicieron Robert Boyle para explicar las transformaciones de las sustancias químicas e Isaac Newton para describir el movimiento de los planetas.
A pesar de ser un hombre seducido por la soledad, llegó a concretar maravillosas y edificantes amistades con personalidades tales como César Borgia, a cuyo servicio pasó dos años, Lorenzo de Médici, Nicolás Maquiavelo y Miguel Ángel. La única mujer de la cual se tiene registro —gracias a los retratos de Leonardo— fue Isabel de Este, marquesa de Mantua y especialmente conocida por ser una gran mecenas de las artes.
Las relaciones más íntimas de Leonardo fueron con sus alumnos Salai y Francesco Melzi. Melzi dejó escrito que los sentimientos de Leonardo eran una mezcla de amor y de pasión. Después del siglo XVI se han descrito esas relaciones como eróticas. A partir de entonces se ha escrito mucho sobre esa presunta homosexualidad y sobre el papel de ésta en su arte, en particular en la impresión andrógina que se manifiesta en su Baco, y más concretamente en alguno de sus dibujos.

Giorgio Vasari, arquitecto italiano y biógrafo de da Vinci, comenta que: «Más allá de la amistad, Leonardo guardó su vida privada en secreto. Su vida, sus capacidades extraordinarias de invención, su excepcional belleza física, su gracia infinita, su gran fuerza y generosidad y la formidable amplitud de su espíritu» lo convierten en símbolo universal de admiración, estudio e intriga. También fue un apasionado admirador de la naturaleza y los animales, hasta el punto de convertirse en vegetariano, y de comprar aves enjauladas para luego ponerlas en libertad.
Murió el 2 de mayo de 1519, en Cloux, a la edad de 67 años. La tradición cuenta que murió en brazos de Francisco I, rey de Francia y admirador suyo, pero probablemente esto se basa en una interpretación errónea de un epígrafe redactado por Vasari:
Leonardo da Vinci, ¿qué más se puede decir? Su genio divino y su mano divina le merecieron expirar sobre el pecho de un rey. La virtud y la fortuna velan, premio a los grandes gastos, en este monumento que le corresponde.
Más allá de ser un genio, polímata, espécimen digno de veneración y mimetización, fue uno más de nosotros que, bajo las condiciones idóneas, logró alcanzar su pleno potencial y ser reconocido por ello en todo el mundo conocido, en una época en la cual no existían YouTube, Facebook ni Twitter. Un humano que, si bien no exento de polémica en cuanto a su vida romántica, debería ser visto como una meta a alcanzar, no como un ser divinizado e imposible de igualar. Y aunque no todos poseemos un coeficiente intelectual de 220, ni habilidades artísticas, científicas, mecánicas, matemáticas o visuales natas, sí poseemos la libertad de elección y erudición en alguno de esos campos.
Sueño con el día en el que cada uno de nosotros opte por la vía difícil, por la vía digna de vivir, y se fije como propósito sobresalir en el área que le llene de alegría y curiosidad.
Leonardo di ser Piero da Vinci, más allá de ser un genio más acerca del cual escribo una breve biografía, es un estandarte de rectitud intelectual que genera en mí un sentimiento de motivación propicia e inquebrantable. Solamente aspirando a las estrellas se logra salir del planeta.