Adicción a redes sociales
Actualizado: 26 dic 2020

Aún recuerdo cómo a los nueve años me dieron mi primer celular y lo primero que hice fue mandarle mensajes de texto a mis tres mejores amigos, diciendo algo como "Hola, soy LP"; recuerdo cómo a los diez años jugaba en una página de Pokémon online y mensajeaba de manera constante con una chica sudafricana bastante agradable que resultó ser estudiante de medicina y nueve años mayor, caso en el cual opté por aumentarle siete años a mi edad; recuerdo cómo a los once había una chica en mi salón con la cual hablaba por celular tres o cuatro veces por semana, y era todo el contacto humano que conseguía al terminar las clases: era una época con internet en pañales, las comunidades virtuales aún pertenecían a libros de ciencia ficción o mitos urbanos; el humano estaba condenado a ser parte de una comunidad tangible, en donde las ideas rara vez chocaban y el sentido de pertenencia rara vez era cuestionado. Hoy, una década después, las redes sociales nos permiten comunicarnos sin estar limitados al tiempo o al espacio, razón por la cual se han vuelto tan populares en los últimos años. Y no es cuestión de un simple mensaje, sino que basan su auge en la transmisión de ideas, en la libertad de expresión: el hecho de poder comentar lo que piense, de darle "me encanta" a lo que quizá apenas y me gusta, de mandarle un mensaje a la página oficial de Maluma, y en cierto sentido creer que un multimillonario leerá mis ideas/propuestas/sentimientos, cuando en realidad él está vacacionando en Dubái y es todo un equipo el que maneja esa cuenta, todo eso y más nos llena de libertad, libertad que hasta hace apenas el siglo pasado no existía. Estamos en tiempos en que los muros han sido derribados, en donde la verdadera pluriculturalidad nació y se desarrollará, dando entrada a una verdadera especie globalizada. Más no todo es color rosa, pues según datos aportados por la compañía comScore, dedicada a investigación de marketing en Internet, el uso de las redes sociales es la actividad más popular del mundo, representando uno de cada cinco minutos utilizados en Internet. Este fenómeno social fue denominado "Alone-together", ya sabes, por eso de estar con tus amigos en una fiesta mientras todos checan su celular. Y esta actividad, la cual en un principio solía ser entretenida y placentera, se transformó en una necesidad, en una adicción. El humano logró tornar algo bello y revolucionario en algo que somete y esclaviza, como es su costumbre. Veamos por qué.

El primer estudio científico concerniente a la adicción de redes sociales fue publicado el 29 de agosto del 2011 en pubmed.gov, la biblioteca virtual de medicina estadounidense, y en él ya se refería a los foros virtuales como riesgo potencial a la salud mental, se hace énfasis en el uso compulsivo y en la similitud de síntomas a la adicción de drogas. Y detrás de toda adicción se encuentra, como quizá ya lo sabías o habías sospechado, la dopamina, aquel neurotransmisor que participa en procesos de todo tipo: aprendizaje, control motriz, memoria, humor y hasta en el sueño, pero su papel central es ser la jefa del sistema de recompensas del cerebro. En otras palabras, la dopamina nos incita a satisfacer necesidades y deseos, ya que nos anticipa cómo nos sentiremos al haber saciado nuestra apetencia; nos hace querer ese algo, buscarlo, desearlo, es la manera en que la evolución se aseguró de que si tenemos sed, busquemos agua, por eso toda acción necesaria para vivir tiende a ser una bomba de dopamina, lo cual se traduce en placer, como es el caso de comer o tener sexo.
Entonces, ¿qué es la dopamina? En una palabra: es un neurotransmisor, y en dos palabras para mortales, es un mensajero químico. Los niveles dopamínicos le indican al cerebro qué tan buena es la situación actual en relación a la posibilidad de obtener una recompensa; o sea, lo mantienen al tanto de los deseos y necesidades a cumplir, y al satisfacerlas, el cerebro libera más dopamina que de costumbre, aprendiendo qué conductas debe repetir, auto-programándose. Además, está íntimamente relacionada con la corteza prefrontal, zona dedicada a determinar qué cosas están bien o mal y, basándose en esos supuestos, decide cómo actuar. Siendo así, al momento en que liberamos dosis increíbles de dopamina, esta área determina que no es un estado natural y reduce los receptores dopamínicos (algo así como: ojos que no ven, corazón que no siente); el problema aquí es que con menos receptores, la persona en cuestión necesita dosis cada vez mayores para alcanzar el mismo estado de euforia. Esto aplica tanto en casos de drogadicción como de obesidad. Conociendo más a fondo qué es y cómo funciona la dopamina, podemos continuar.
El psicólogo y neurocientífico Kent Berridge se encargó de probar la importancia de la dopamina en los procesos cerebrales: realizó un estudio con ratas de laboratorio a las cuales privó de dopamina a la hora de comer, lo cual dio como resultado ratas muriendo de hambre, a pesar de tener los alimentos frente a ellas, simplemente porque no sentían la motivación por comer. Y bien, nosotros somos esas ratas y Mark Zuckerberg es el neurocientífico jugando con nuestros centros de recompensa, sólo que él fue más inteligente y creó una plataforma en la cual nosotros decidimos en qué momento recibir dopamina, la cual es inmediata y constante, a diferencia de el hambre o la sed, que tras un consumo razonable tienden a ser saciadas. El mismo Sean Parker, expresidente de Facebook, confesó en una entrevista a The Guardian que la red social no hace más que aprovechar la vulnerabilidad de la psicología humana, además de proferir la terrorífica e insensible frase: "Only God knows what it's doing to our children's brain".
"Y bueno, Elepé, ¿qué tan malas pueden ser unas cuantas dosis controladas al día de dopamina? De seguro estás exagerando", podrías estar pensando. Pues déjame decirte que es terriblemente malo, ciudadano promedio sin visión del panorama completo. Burrhus Frederic Skinner, reconocido como uno de los pioneros en psicología experimental y arduo defensor del conductismo, realizó un experimento en el cual unas ratas en una caja debían apretar una palanca para recibir comida, y otras ratas en otra cajas, al apretar la palanca, tenían tres posibilidades: recibir una pequeña dosis de comida, recibir una gran dosis de comida o no recibir nada, todo de manera aleatoria y sin patrones. Entonces, una ratas recibían una cantidad moderada de comida cada que apretaran una palanca y las otras ratas no podían saber si iban o no a recibir comida. Los resultados mostraron que las ratas sujetas al azar presionaban la palanca de manera mucho más compulsiva que aquellas con la certeza de recibir una gratificación. En otras palabras, cuanto más inesperado es un premio, mayor será la necesidad de comprobar si se recibió el premio. De manera similar, revisamos constantemente las notificaciones para ver quiénes han interactuado con nuestras publicaciones, liberando un torrente de dopamina en el proceso, sentimiento de placer y recompensa que desaparece tan rápido como llegó, lo cual nos somete a un ciclo interminable. La dopamina induce la búsqueda de esa recompensa, una vez que la hemos obtenido se traduce en placer, lo cual nos lleva a buscar más de ese dulce, dulce premio. Y todo esto, a nivel social, se traduce en gente adicta a una tecnología que no comprende pero que a nivel cerebral la satisface tanto como comer o tener sexo.

Toda adicción, desde anfetaminas hasta cocaína, desde nicotina hasta alcohol, juega y basa su supervivencia en la dopamina, ya que libera cantidades excesivas en el sistema de recompensas. Nuestro cerebro es tan vulnerable a la cocaína como lo es a las redes sociales, para él no hay una distinción. Estamos abusando de un sistema que, evolutivamente hablando, fue necesario para asegurar la perpetuación de la especie, y de paso creando una generación de adictos, una generación necesitada de aprobación social, que literalmente entrega su placer y felicidad a manos ajenas. Y todo esto dejando de lado la manera en que lucran con nuestra información confidencial, monetizando asuntos privados, sensibles o ideológicos. En fin… a lo que quería llegar es que las redes sociales no son tan buenas o inocuas como parecen ser, y el hecho de que alguien no pueda separarse de su celular debería ser tomado de igual manera que alguien que no puede dejar de fumar, porque aunque la segunda adicción conlleve desgaste físico y, consecuentemente, una muerte prematura, la primera adicción conlleva desgaste mental el cual, consecuentemente, llevará al mismo camino. Ese es mi consejo, siempre y cuando no hayas escogido una vida breve y llena de intensidad, si ese es el caso, ve y genera dopamina hasta la locura o la muerte.