Actualizado: 26 dic 2020
Persecuciones y asesinatos masivos de mujeres (y, en menor medida, hombres y animales), es así como podemos resumir este triste capítulo de nuestra historia; mujeres que no sólo poseían gran inteligencia y conocimientos, sino que, con sus investigaciones en botánica, medicina y minerales, sentaron las bases para la alquimia y, consecuentemente, la química. Un capítulo más lleno de pensamiento irracional, sesgado y —cómo no— violencia encauzada a un grupo minoritario por culpa de las creencias socialmente aceptadas.

Pero, ¿cómo empieza todo esto? Situémonos en la cuna de la civilización occidental: la Antigua Grecia. Los oráculos griegos constituían un aspecto fundamental de la religión y la cultura; toda casta social, desde reyes y nobles hasta campesinos y esclavos liberados, rara vez tomaban una decisión importante sin antes consultar el consejo del oráculo: asistían con una pregunta personal, y el oráculo, al haber sido elegido por un dios, informa o interpreta el futuro. El oráculo es el puente entre lo terrenal y lo divino, y este papel era estrictamente el de una mujer.
Y no sólo en Grecia existían mujeres de poder. Nuestras creencias son el legado del culto solar: los mexicas tenían a Huitzilopochtli como deidad principal, y los griegos adoraban a Helios, los egipcios a Ra y los persas a Mitra, todos representaciones del Sol —y el hombre—, pero también existía el culto lunar, como el caldeo o el babilónico, en donde la mujer siempre era la sacerdotisa y, por lo tanto, alguien de vital importancia y poderío en la sociedad.
Entonces, en la antigüedad tenemos mujeres con poderes divinos que eran veneradas y respetadas, ¿cuándo cambió eso? Fácil, cuando la Cristiandad se popularizó. Las mujeres designadas para guiar pueblos enteros comenzaron a ser perseguidas y ejecutadas.

En el siglo XV, más concretamente entre los años 1420-1430, nace la idea de que la hechicería era obra del Diablo. Como destaca Martine Ostorero en su libro Posesiones demoníacas y divinas en la Edad Media: «las brujas son el nuevo chivo expiatorio de la Cristiandad, después de los herejes, los leprosos y los judíos»; son la nueva encarnación del mal que hay que extirpar para purificarnos, bajo la justificación de que cometen herejías al renegar de Dios, blasfeman y fungen como portadoras del demonio. Aunque no era simplemente una supertición religiosa, más allá de acusarlas de realizar conjuros, pócimas y volar por las noches en busca de presas de las cuales alimentarse, constituían un peligro para el orden político y económico medieval: mujeres, sin ningún tipo de educación oficial, presentaban conocimientos más avanzados que el de la élite, pero culparlas de "saber demasiado" era ridículo. La doctora Norma Blazquez Graf comenta: «Sus conocimientos eran valorados, respetados y considerados importantes y necesarios, pero se les fue desprestigiando y asociando con la idea de que no poseían sabiduría de mujer, sino que un ser maligno les otorgaba poderes, y todo lo que sabían y practicaban era debido a un pacto con el Diablo».
Según Martine Ostorero, el comienzo de la caza de brujas se da por la nueva concepción que se desarrolla acerca del Diablo. Tenemos continentes enteros asolados por la Peste Negra hace menos de un siglo, la cual trajo consigo crisis económicas, sociales y culturales, y no existe el conocimiento ni el equipo necesario para concluir que fue una pandemia provocada por la enterobacteria yersinia pestis; en un principio, se responsabilizó a los judíos, quienes, supuestamente, habían envenenado pozos e intoxicado poblaciones enteras. Consecuentemente, la visión del Diablo como mero instigador de malos pensamientos pasó a el de la intervención física: causaba males en la sociedad, e incluso seducía fieles para construir una anti-sociedad, una anti-Iglesia que le daría el dominio y poder sobre la Tierra. Por ende, las brujas, al ser adoradoras de éste —además de "matar y comer niños"—, debían ser perseguidas y cazadas.

Entonces, tenemos a una sociedad necesitada de respuestas y ciega a la razón, necesitada de un guía ante la incertidumbre de lo que pasa, y un grupo finamente seleccionado para culpabilizar: la fórmula perfecta para una catástrofe. Para 1430, cronistas ya documentaban la persecución de adoradores del Diablo, que metamorfoseaban en animales y copulaban entre ellos, a la vez que celebraban banquetes nocturnos donde bebían, bailaban y comían niños. Los curas y predicadores instaban a los habitantes a que señalaran a sus vecinos en caso de ser sospechosos —por razones como la pérdida de ganado, de cosecha o la muerte de un niño— , y quien fuera acusado por más de tres personas, o fuese objeto de rumor público, sería entregado al Tribunal de la Inquisición (integrado por un inquisidor papal y un obispo) para ser interrogado bajo tortura hasta confesar su crimen y delatar a cualquier cómplice. Claro, muchas personas confesaban actos no cometidos con tal de finalizar el sufrimiento. Los condenados eran quemados en la hoguera, castigo que no sólo era físico, sino espiritual, ya que al privársele de sepultura, no se podría participar en el juicio final (donde se es juzgado para decidir el destino de la vida ultraterrena).

Y podrá creerse que es algo que dejamos en el pasado, que hoy somos personas lúcidas que buscan la igualdad hasta en los lugares más recónditos del mundo, pero es algo que sigue pasando. En Tanzania, entre 500-1,000 personas, en su mayoría mujeres, son asesinadas, mutiladas y quemadas vivas cada año por, supuestamente, practicar brujería. Y dirás, "bueno, es que África...", sí, África, pero en nuestra sociedad occidentalizada y "civilizada" atacamos, metafórica y políticamente, grupos de mujeres que buscan reivindicar sus derechos en una colectividad mayoritariamente misógina. La caza de brujas sigue presente.
En fin, a ti, lector, te invito a que pienses en lo injusto que ha sido la historia con ciertos grupos, en lo irracional, bestial y despótico que pueden parecernos esos actos, y en lo mucho que se parecen a lo que leemos diario en los periódicos, escuchamos en las noticias o glamorizan en las películas y series. Estamos tan acostumbrados a la violencia y a la desigualdad que no nos detenemos a pensar en cómo se nos pintará en un futuro: ¿seremos el estandarte de los derechos universales que tanto nos gusta presumir que somos o seremos un tribunal inquisitorio más? No sé tú, pero yo no imagino una buena reseña.