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El infierno son los otros

“El infierno son los otros”, escribió alguna vez alguien, y ese alguien tenía razón. Esa persona predicó una filosofía peculiarmente revolucionaria, y se le llamó “el pensador de la libertad”. La susodicha frase hace referencia a cómo debemos restringir y limitar acciones (es decir, ceder nuestra libertad) por el simple hecho de existir en comunidad:


El infierno es la mirada ajena, esa mirada pesquisante que me descubre y revela, que me penetra; una mirada invasiva que me incomoda, disgusta y ofende; la mirada del entrometimiento, intrusa e inmiscuidiza, y no solo infernal, sino infernizante.

Personalmente, y quizá tiene mucho que ver el que sea una persona más egoísta, encuentro sentido al aforismo no como una restricción a mi actuar sino en el actuar mismo del resto de personas: deambular por el callejón implica considerar la torpeza ajena para evitar chocar con quienes parecieran transitar con los ojos vendados, compartir un área laboral significa admitir estruendos y bullicios dignos de un jardín de niños, nacer en una colectividad democrática compromete la toma de decisiones informada en pos de la ignorancia promedio, el núcleo familiar es una triste excusa para pagar por errores cometidos por terceros, involucrarse sentimentalmente conlleva apuñalamientos y torturas, y un sinfín de irresponsabilidades civiles, afectivas y lógicas.


Temo ser malinterpretado: la unión hace la fuerza; no busco demeritar la comunión ni vilipendiar los vínculos humanos, sino destacar la nula conciencia grupal. Fueron otros alguienes quienes hablaron de la sociedad como un contrato en el que los individuos aceptan límites a cambio de que se garantice la sana convivencia, y la realidad deviene en problema cuando se ignoran esos márgenes. Ya revelé mi egoísmo alienante, pero es un egoísmo responsable y sensato: jamás perjudico a alguien más allá de mí. ¿Acaso ser un egoísta juicioso es peor que ser un filántropo embustero? No hay engaños en mi apariencia ni en mi presentación, me describo tal cual soy, a diferencia de quien maquilla sus demonios con caridad y afecto.


“El infierno son los otros”, o más bien vivir entre ellos, porque la soledad desgarra, flagela y mutila, pero jamás miente, pervierte o envenena, y quizá valga más habitar desconsolado y acongojado que intoxicado y corrompido.

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