Actualizado: 26 dic 2020
Zygmunt Bauman, un nombre que habrás escuchado decenas de veces si escogiste una carrera de humanidades; sociólogo de referencia y escritor prolífico de nuestra decadente era; acuñó los términos «modernidad líquida», «sociedad líquida» y «amor líquido», entre otros, pero ¿qué significan?, ¿a qué hacen referencia?, ¿cuál es el legado teórico que nos dejó? Es lo que intentaré desarrollar en esta ocasión.

Empecemos por el principio. La mayoría del trabajo de Bauman se centra en la Posmodernidad, ¿y qué es la Posmodernidad? Un movimiento cultural que abarca todas las artes, que nace como crítica a la Modernidad y que se gesta en medio de movimientos sociales —como la caída del Muro de Berlín y los múltiples levantamientos colectivos en pos de los derechos humanos—, de las consecuencias del desarrollo industrial, la mercantilización de la información y, en pocas palabras, la victoria definitiva del capitalismo y la sociedad de consumo. Y bien, ¿de dónde rayos surge el término «líquido»? Una vez descritas las cualidades del Posmodernismo, definamos al Modernismo. En contraposición al posmoderno, el moderno apenas está conociendo y acoplándose a la sociedad industrial, desaparecen los feudos y nacen las fábricas, las innovaciones tecnológicas brotan cada lustro o cada década, se obtiene un trabajo y se muere con él. En general, lo distintivo de la Modernidad es: cambios lentos pero seguros. Es esto (la seguridad del trabajo, la lentitud con que se dan los cambios) a lo que Bauman llama «solidez», y a su vez, lo «líquido» es todo aquello que cambia fácilmente, como el agua en un vaso, que con el más ligero movimiento, su contenido se agita y transforma.
Ahora que contrastamos las diferencias entre Modernidad y Posmodernidad, podemos entender las características que definirán nuestra «modernidad líquida»: la inmediatez, el tratar todo como un objeto de consumo que podemos desechar y conseguir uno nuevo con entera facilidad (llámese noviazgo, llámese trabajo), el miedo de aferrarnos a algo; y sabemos que nosotros también funcionamos bajo estas características, que somos descartables, que todo cambia de un momento a otro, que si no nos gusta nuestra imagen, podemos mejorar ciertas cosas (peinado, vestimenta, carro, trabajo, vivienda) y presentarnos ante el mundo como queremos que nos vean, con la imagen que queremos proyectar para concretar la venta, como objetos que sabemos que somos. Es ésta la premisa de Bauman: somos objetos de consumo viviendo la inmediatez.

Más allá de una simple enajenación con el presente, Bauman ahonda en las consecuencias de una sociedad líquida: "Hace no mucho, la precariedad era la condición de los vagabundos, ahora marca la naturaleza de la vida de gente que hace 50 años estaba bien instalada, gente de clase media; sólo el 1% que está arriba de todos puede sentirse seguro hoy. Cualquiera puede perder los logros conseguidos durante su vida sin previo aviso". Es éste el mayor problema de la sociedad actual —visto desde el punto de vista de un sociólogo—, el hecho de que sabemos que somos desechables, que aunque consigamos el trabajo de nuestros sueños, siempre existe la posibilidad de que nos toque un mal día, de que la empresa multimillonaria en la que somos empleados decidió hacer recortes en sus fuerzas laborales en países tercermundistas: es ésta la impotencia e incertidumbre que nos aterra de manera inconsciente.
Y eso es solamente hablando del terreno laboral, ya que en cuanto a lo que solíamos llamar «comunidad», Bauman dice que nos encontramos en la era de la disolución de pertenencia social, que da paso a una marcada individualidad, misma que es alimentada por las redes sociales: ya que nos permiten conectarnos con todos, pero a la vez desconectarnos con un solo click; es decir, poner un muro a nuestras relaciones cada que se nos pegue la gana.
Y otro rasgo importante a destacar de la modernidad líquida es la polémica ante instituciones y estructuras sociales previamente incuestionables, como son la Iglesia, la familia nuclear y el Estado, ya que se asociaban a la estabilidad, la unión y la tradición, pero en nuestra época de rapidez, estas guías y estructuras se han disuelto.

Todas estas características: la inmediatez, la incertidumbre, el sentimiento de impotencia, el ser un objeto sin un fin predeterminado, la separación del resto del mundo y sus instituciones que dieron sentido a la vida por siglos y siglos, el miedo a enraizar en relaciones que sabemos de antemano que no durarán, todo eso y más nos genera una angustia existencial nunca antes experimentada. Sabemos (quizá equivocadamente) que no vale la pena construir nuevos proyectos, nuevas relaciones, nuevas ideas, que no sirve de nada esforzarse, porque la propia contemporaneidad impulsará su desintegración, porque la sociedad ha avanzado a lo largo de las últimas décadas con la finalidad de crear objetos que generen la mayor ganancia posible en el menor tiempo posible, porque las condiciones de vida no permiten el establecimiento de una idea o concepto por mucho tiempo. Lo podemos ver en los artistas, que se vuelven millonarios en un año y luego son olvidados, o en los memes, donde el mismo formato jamás prevalecerá por más de una o dos semanas, o en los modelos de ropa, calzado, celulares y demás objetos de consumo, que se vuelven obsoletos en cuanto sale la nueva versión, que es exactamente igual pero cuesta el doble. Y los compramos.
Somos consumibles consumiendo bajo el estricto régimen de la inmediatez. Amén, Bauman.