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Neurosis de guerra

“Perdón”, repites incansablemente, más como un hábito adquirido que como un arrepentimiento sincero.


“No fue mi intención”, insistes desvergonzadamente, con la pretensión obsesiva de enterrar tu cuchillo en quien se deje.


“Cambiaré”, gritas y pataleas, engañándote a ti misma, a quienes te aman y a quienes lesionas reiteradamente con necia obstinación.


La absolución es tu único deseo, no porque intentes resarcir el daño ocasionado, sino para evitar que la vileza de tu conciencia te carcoma al ser invadida por el silencio.


Todo lo malo lo aprendí de ti, y todo lo bueno de alguien más: de ahí que tu ausencia sepa a moras y tu presencia huela a azufre.


Te libero: te concedo el indulto. A cambio, te pido desaparezcas; refuerza la costumbre. Aquí ya no hay nada para ti.


Corre por la llanura, surca los mares y emprende el vuelo: vive, conoce y goza, que hasta el escorpión se cansa de aguijonear almas inocentes.


Encuéntrate y conócete, solo así abrirás los ojos, y cuando sepas quién eres, los desgarrados y las desplumadas abrirán sus puertas y bajarán sus guardias: volverás a ser parte del todo. Es inútil buscar llaves y cerrojos mientras emponzoñas y lamentas los cadáveres a tu paso.


La eternidad adora pronunciar tu nombre; aquellos fonemas me persiguen diligentemente. Tus vacíos lo llenan todo. Memorias sórdidas y lágrimas transformadas en océanos.


La soledad fue el único medicamento que detuvo la propagación inusitada de tu crueldad, y ahora ansías que deje las pastillas, que jamás vuelva a vacunarme, que deje de confiar en la ciencia. Discurso característico de un virus.


Llamaradas y explosiones me habitan, no por mí, sino por aquella inofensiva musa que despojaste de toda sonrisa y ganas de vivir. ¿Cuántas muertes más serán suficientes? ¿Cuál es el número que te detendrá?


Toda flor obsequiada se marchita ante tu mera presencia. Todo gesto de amabilidad se pervierte en el camino. Derramas oscuridad y provocas olvidar atardeceres, danzas e instantáneas. Nada te escapa: es aquel vórtice que denominas “corazón”.


Queso con zarzamora, lechuga y pescado: fragmentos de vidas pasadas, reminiscencias falibles y hologramas enterrados. Voces y miradas. Sueños y miedos. Elementos estructurales que definen lo que es y lo que no. Cuadrúpedos. Historias. Insultos. Rechazo. El destino siempre ha estado escrito.


Tan fría como el metal y tan espontánea como el volcán.


Heme aquí, siendo todo lo que siempre quisiste, pero al revés. Porto orgulloso el negro que anhelaste fuera blanco. Lloro alegremente porque codiciabas escucharme reír. Vivo con profunda intensidad porque aspirabas a matarme.


Te arrastras e imploras, muerdes y rasguñas. Quien te dé la mano se arriesga a quedar manco.


Repito: te he liberado; sal ya de aquí, que hay arcoíris ávidos por mostrarse y mariposas ansiosas por amar. Permite el canto del gorrión y no des vuelta atrás. De nada sirve vocalizar lo que antepasados añoraban escuchar.


La vereda hace mucho se dividió.


Sé buena y comienza de nuevo. Lo que buscas está tan cerca de ti que podría morderte, y lo hará: algún día despertarás mordisqueada y renovada, y quizá solo entonces hablemos el mismo idioma.

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